¡Buenas a todos otra vez!
Esta vez vengo para relataros cómo fue la siguiente etapa. Antes de nada, debo decir que fue el primer día que llegamos temprano al hotel y pudimos descansar. Ahí va eso.
Me levanto a las 8:00 y me siento como si tuviera la gripe. He dormido bastante mal ya que me he despertado muchas veces y no he descansado bien. El dolor de piernas empieza a ser bastante grande ya. Me aseo y bajo a las 8:30 a desayunar. Esta vez queremos aprovechar que no hay pinchazos que arreglar para poder salir pronto y desayunar con tranquilidad. Nos zampamos un desayuno a base de leche con Colacao, zumo, tostadas con embutido y si mal no recuerdo alguna que otra magdalena. Seguidamente subo a prepararme y me quedo 2 o 3 minutos pensando qué maillote ponerme, si el que huele a humedad y a cerrado o el que huele a sudor avinagrado. Finalmente me decanto por el vinagre, me da más asco la humedad que el olor a ensalada.
Preparo las alforjas y dejo las bolsas de basura bien a mano por si llueve otra vez para taparlas. Bajo con la bici y en poco tiempo estamos listos para irnos. En esta etapa, como ya comenté en la anterior, nos acompaña Manu, amigo de Víctor y Julio. El tío se lo curró muchísimo trayéndonos cámaras de repuesto desde Barcelona y ahora estamos tranquilos en caso de pinchazo. Nos ponemos en marcha y pasamos por el pueblo a comprar barritas de muesli e Isostar para el camino. Salimos del pueblo y nos dirigimos ya directamente rumbo a las montañas.
Los primeros minutos experimento en las piernas una quemazón y un dolor que me hacen pensar que el día va a ser duro. El corazón me va muy rápido y me canso enseguida. Síntoma de cansancio acumulado y de que no me ha dado tiempo a recuperarme todavía. Aún así, sigo pedaleando detrás de mis tres compañeros por la carretera.
Pronto la carretera recta da paso a una carretera con largas, muy largas subidas y muchas curvas. Estamos subiendo hacia Tregurà. En poco tiempo vuelvo a quedarme solo y pedaleo en silencio, escuchando únicamente el constante ruido de la cadena y las ruedas (aparte de las múltiples moscas que acuden a mi cara). Media hora subiendo, una hora, hora y media... pasado un tiempo llego hasta Tregurà de dalt, donde están mis compañeros descansando y rellenando las botellas. Es importante hacer acopio de agua e hidratarse bien en ese momento puesto que a partir de ahí no vamos a encontrar agua hasta que lleguemos a Ribes de Freser. Y eso son unos 40 kilómetros, pasando un importante desnivel.
Reanudamos la marcha y entonces empieza lo bueno, el demonio de la etapa. Hay que superar un desnivel de 900 metros en 7 kilómetros para llegar a la cota 2000, en el Collat de la Gralla. Enseguida vuelvo a quedarme solo pedaleando por caminos de tierra que intentan por todos los meios que no suba. Mis piernas responden hasta cierto punto, pero tengo ya muchas agujetas y tengo que parar cada ciertos minutos para poder continuar. Pedaleo durante mucho, mucho tiempo, haciéndose eterno cada minuto. Tardo dos horas en subir 7 kilómetros, a 3 kilómetros y algo por hora. Una barbaridad. Una bestialidad de subida, muy cansina. Desde donde estoy puedo ver el pico a donde tengo que llegar. Puedo ver como está envuelto en nubes.
Llego arriba después de dejarme el hígado en la subida y me meto de lleno en medio de las nubes.
Acabo de alcanzar por primera vez la cota 2000. No se ve nada a 15 metros delante de mí, parece que haya niebla, ¡pero no! Podría decir que estoy en una nube, pero me duelen demasiado las piernas para afirmar tal cosa.
En el punto más alto me encuentro con mis compañeros. Descanso con ellos, nos hacemos un par de fotos y me pongo el chubasquero. Hace muchísimo frío. No obstante, estamos contentos. Después de horas, de pedalear durante 20 kilómetros subiendo, hemos pasado lo más difícil de la etapa y ahora tenemos por delante otros 20 kilómetros de bendita bajada hasta Ribes de Freser. Nos ponemos en marcha, pasando por parajes inhóspitos a la par que impresionantes. Me paro mil veces a hacer fotos, enamorado de lo que veo. Pedaleamos rodeados de nubes y de vacas. Bajamos por pistas fáciles y difíciles, por caminos descuidados llenos de piedras que dificultan el descenso. Disfrutamos el día como el que más, bajando durante un par de horas hasta llegar a Ribes de Freser.
Paramos en dicho pueblo a comer y nos metemos cada uno de nosotros un entrecot con salsa de ceps entre pecho y espalda y un mel i mató de postre. Faltan 6 kilómetros hasta llegar a Planoles. Pensábamos que se haría corto, que sería planito y que en media hora estaríamos en el hostal. Pues MAL, muy mal pensado. No se puede pedalear al 100%, ni siquiera al 50% cuando tienes el estómago lleno de comida. Los 6 kilómetros que nos separan de Planoles hacen subida por la carretera y se nos hacen muy largos. No obstante, hacia las 18 de la tarde llegamos a nuestro destino.
Una vez allí, guardamos las bicis, nos pegamos una ducha y, por fin, nos bebemos unas cervezas tranquilamente en una terraza. Conseguido, primer día de ruta que podemos descansar antes de cenar. A mí las piernas me cuesta ya moverlas, tengo agujetas hasta en las uñas de los pies y noto el corazón súper acelerado, me noto cansado. Pero da igual, estoy satisfecho. Estoy llegando más lejos de lo que creí que podría llegar dado mi entrenamiento previo. Además estoy disfrutando de una compañía de puta madre con gente cojonuda (todos los tacos del relato van juntos en esta frase). Después de tomar algo, tomamos una cena alta en calorías y nos retiramos, esta vez sí, a dormir por fin.
Y este es el relato del día, pequeñ@s. Si queréis leer algo emocionante, trepidante, desesperante doloroso, preparaos para leer la próxima etapa. Esa sí fue sufrimiento en estado puro. Hasta entonces, os dejo aquí unas cuantas imágenes para que os entretengáis.
¡Hasta pronto!
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